Definido como el conjunto de prejuicios, estereotipos y discriminaciones que se aplican a las personas mayores exclusivamente en función de su edad, el viejismo es un concepto desarrollado inicialmente por el psiquiatra Robert Butler en la década de 1970, y su estudio fue introducido por el psicoanalista Leopoldo Salvarezza.
Este proceso de devaluación puede tomar la forma de una discriminación interpersonal (micro) o de una institucional (macro).
Respecto de la discriminación institucional, se encuentran ejemplos en la discriminación laboral, en la estereotipada en los medios de comunicación y en la segregación intergeneracional. Para hacerle frente, podemos echar mano de la perspectiva positiva. Dicha perspectiva no implica de ningún modo negar los déficits o deterioros sino identificar recursos y potencialidades.
Desde la perspectiva positiva se sostiene que todas las personas mayores poseen recursos, capacidades y fortalezas, y que es de vital importancia identificarlas y promoverlas.
Tradicionalmente, se consideró que la vejez estaba asociaba de manera casi exclusiva con pérdidas y déficits. Sin embargo, múltiples investigaciones han mostrado que en esta etapa vital también se presentan ganancias.
Por ejemplo, los niveles de regulación emocional, bienestar, satisfacción vital y felicidad, presentan valores más elevados en la vejez que en la mediana edad. Estos y otros hallazgos sobre aspectos positivos en la vejez han dado lugar al desarrollo de prácticas positivas, entendiéndose como tales las destinadas a promover el bienestar, en lugar de disminuir la patología o el sufrimiento.
Las personas mayores constituyen la población más heterogénea que existe.
Este tipo de intervenciones positivas ha tenido un gran desarrollo en las últimas décadas y ha sido ampliamente evaluado, demostrándose sus resultados muy favorables y su eficacia en el logro de los objetivos propuestos. Si bien las prácticas positivas orientadas a las personas mayores son muy variadas, por su alcance podemos mencionar cursos, talleres y programas con fines recreativos, formativos, psicoeducativos y de desarrollo personal y comunitario.
La Convención Interamericana de Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores define al “envejecimiento” como un proceso gradual que se desarrolla durante el curso de vida y que conlleva cambios biológicos, fisiológicos, psico-sociales y funcionales de variadas consecuencias, las cuales se asocian con interacciones dinámicas y permanentes entre el sujeto y su medio.
El envejecimiento se caracteriza por ser:
Universal: propio de todos los seres vivos.
Irreversible: a diferencia de las enfermedades, no puede detenerse ni revertirse.
Heterogéneo e individual: cada especie tiene una velocidad característica de envejecimiento, pero la velocidad de declinación funcional varía enormemente de sujeto a sujeto y de órgano a órgano dentro de la misma persona.
La psicóloga Elisa Dulcey-Ruiz señala que, satisfactoriamente, la gerontología comenzó a pensar en las “vejeces” para, así, evitar la tendencia a uniformar lo que es enormemente diverso, y en la práctica imposible de homogeneizar. Las personas mayores, o quienes viven la vejez, constituyen la población más disímil o heterogénea que existe: a medida que vivimos más años también más nos diferenciamos unas personas de otras.
Es preciso tener en cuenta diferencias de género, etnia, región de residencia, nivel educativo, ocupación, condiciones, costumbres y estilos de vida, percepciones y actitudes hacia la vida y sus circunstancias, formas habituales de interacción humana y de convivencia social y la posibilidad de contar o no con redes de apoyo social. Es, por todo ello y mucho más, que particularmente en la vejez nos parecemos más a nosotros mismos en épocas anteriores de nuestra vida que a otras personas de nuestra misma edad, aunque sean parte del mismo entorno familiar y social.
Ediciones PapelRevolución
Belasko Journaliste