La peregrinación a ese paisaje navegado en cayuco por el río Usumacinta
Luz del Alba Belasko
fotógrafa
No sé si las peregrinaciones a centros
prehispánicos, reservas de biosfera o santuarios famosos deberían condenarse
por ser unos viajes sentimentales. Quizá es mejor leer al anarquista B.Traven
quien en la década de 1920 aseguraba que
en Chiapas se había gestado la primera humanidad o releer a Jan de Vos en una hamaca cómodamente situada
bajo la sombra de un platanar, que
visitar Yaxchil'an, pero la curiosidad sólo es legítima cuando en estos espacios encontrados, añaden algo a nuestra comprensión de nuestro
asombro y nuestra identidad.
Esto
justificaría pues, una peregrinación a ese paisaje que navegado en cayuco por
el río Usumacinta y bajo un sol abrasador nos encontramos con esta región
septentrional de Centroamérica, en el istmo que une el norte con el sur del
continente, toda esta región al sur del trópico de Cáncer.
En Yaxchilan
encontramos en el espacio de una
hectárea hasta 150 especies arbóreas distintas con diferentes alturas
escalonadas. El techo de la selva que la protege es de árboles gigantes que
llegan alcanzar los 60m de altura, en un estrato inferior los árboles de unos
30m unen sus copas formando una bóveda cerrada.
Entre los más altos se encuentra la Ceiba (ceiba pentandra) árbol sagrado de los mayas quienes veían en su esbelto tronco y su amplia copa la representación del eje del universo y del cielo a quien lo encontramos soltando sus semillas en vueltas en un algodón por toda la plaza principal de está ciudad, que con sus grandes hileras de escaleras y sus aglomeradas terrazas y plataformas dan majestuosidad de arquitectura urbanística.
Yaxchilan es la tierra de Pájaro-Jaguar quien se ponía máscaras en forma de dioses y
del dios chaak para que se regodearan en estos territorios con sus adoradores
. Aquí se respira la grandiosidad de los
reyes, los poquísimos célebres dinteles celebran aún ese eslabón entre la
humanidad y los dioses, estelas que son el mayor depósito de textos dinásticos
mayas.
Yo no soy quién
para preguntar hasta que punto lo que nos rodea afecta el pensamiento
pero en una ocasión el poeta Juan
Bañuelos exaltado menciono que: “somos alma y sonido, nosotros, nuestro cuerpo es un sonido de pie” (y esto
es todo una memoria de Chiapas, de todos los escritores desde el Popol vuh para
acá) y lo llegás a comprender mientras el
llamado del saraguate a su manada retumba y se expande por todo Yaxchilan.
Nuestros pueblos se distinguen pues, al ser por el tono, que puede ser el entorno
donde viven o puede ser una música cósmica de lo que están viendo en los
montes, la selva o el maizal. Por lo tanto es necesario hacer de vez en cuando una peregrinación
por Chiapas, y no solamente en Chiapas, sino que
en todo México, en todo el continente donde haya que recordar lo olvidado. Hay que
reciclar lo olvidado. La automatización nos engulle, se traga los objetos, los
vestidos, los rostros, el miedo, el razonamiento, es decir, las máquinas, el
neoliberalismo nos pueden destruir. Hay que volver a la naturaleza.