Finalmente, la presunción de que Meade “no tiene partido”, es retórica pura. Eso ya también lo vimos todos. No se tiene que estar inscrito en “x” partido para ser militante con ideología hacia éste u otro de ellos.
Por Ignacio García
Yo ya vi, ya fui testigo de esa farsa priísta, de esa burla con la que el partido del presidente de la república (en este caso Peña Nieto) quiere hacer creer a sus afiliados, que son las “bases” las que designan al próximo candidato a la presidencia de la república. Para más burla y tallada de cara, le llaman ahora pre-candidato: razón no les sobra.
Ya he presenciado el mismo guión, la misma fotografía, los mismos lambiscones de Televisa (más los canales y periodistas agregados por el tiempo), arrodillados ante el partido en el poder, lanzando gritos ufanos de victoria de que ahora sí, “han elegido al hombre correcto”.
El mismo teatro, la misma pantomima, el mismo burlesque político y un José Antonio Meade (incorruptible –que se dice de él) participando de esta charada priísta.
Ya lo viví. Sólo que esta vez, a la farsa y lamentable espectáculo, algo le falta.
Porque Peña Nieto, por mucho que su dedo mayor Videgaray quiera, no se puede ufanar, ni por mucho, de que ya está nombrando a su “sucesor” de facto; como antes lo hicieran –previa autorización de Fidel Velásquez-- el simio Díaz Ordaz, Luis Echeverría, López Portillo et al. En esta ocasión el “gallo” de Peña-Videgaray --un campeoncito sacado del establishment nacional—parece más bien una mala apuesta, que una verdadera opción, y que ya comenzó muy mal.
Porque a Meade lo ven algo así como la ropa limpia que el PRI jamás podrá tener; se le presenta como (¡oh, ironía!) un hombre “sin partido” –para que no lo vayan a mezclar con el tricolor--, y como alguien al que no se le conocen signos de corrupción (lo que en el PRI ha sido siempre la marca personal).
Pero lo primero que hace el pre-candidato Meade es dejarse arropar por la CTM, organismo obrero que tuvo en Joaquín Gamboa Pascoe a uno de los ejemplos más brutales de la corrupción en México; y cuyo líder actual Carlos Aceves del Olmo, no se queda muy atrás. Meade, que político no es, parece no reconocer (o se hace) entre qué es y qué no la corrupción que lo lanza al poder.
Porque José Antonio Meade no es un político, basta verlo hablar para de inmediato detectar que no conecta con la gente común y corriente como yo: conecta con empresarios, con inversores, con Wall Street, pero no sabe –muy a pesar de haber estado a güevo en Sedesol repartiendo despensa--, conectar con los de abajo, con las comunidades obreras y campesinas, estudiantes y amas de casa.
Pero eso no importa. Lo que el PRI (y de paso el PAN) desean es alguien que defienda los intereses mayores, los de los poderosos y encumbrados ¿El pueblo? ¡Ese que se chingue! ¿Cuándo y a qué presidente mexicano (salvo Lázaro Cárdenas) ha importado el pueblo?
Finalmente, la presunción de que Meade “no tiene partido”, es retórica pura. Eso ya también lo vimos todos. No se tiene que estar inscrito en “x” partido para ser militante con ideología hacia éste u otro de ellos.
En meade priva el binomio de lealtad PAN-PRI por haber servido a ambos. Eso del "no partido" aquí no funciona, si no que se lo pregunten a consejeros y vocales del INE.
Esto no es ciencia pura que exija objetividad en la investigación; se trata de un instinto animal que no reconoce fronteras a la hora de inclinar la balanza hacia quien más detenta el poder. Y Meade, por muy apartidista que se presuma, ya eligió que tiene partido: uno tan corrupto, que si Meade no lo es tanto hoy (que no lo creo), terminará tarde o temprano siendo devorado por una maquinaria que en sí misma es ya de por sí corrupta y su función es la de corromper.
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