Por Denise Dresser
Todos los días Carmen Aristegui se sentaba frente al micrófono y hacía la tarea que le tocaba. La encomienda del periodista tan bien descrita por George Orwell: “Decirle a los demás lo que preferirían no oír”. Que el padre Maciel era un pederasta. Que Emilio Gamboa negociaba legislación en el Senado con un protector de pederastas. Que Mario Marín celebró darle un “coscorrón” a Lydia Cacho con botellas de cognac. Que Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre operaba una red de prostitución financiada por el erario. Que la primera dama “compró” una casa que está a nombre de un contratista, beneficiario de multimillonarias licitaciones. Tantas investigaciones realizadas, tanta podredumbre revelada, tanta corrupción detectada, tanto periodismo profesional.
Todos los días Carmen Aristegui defendía derechos que muchos mexicanos ni siquiera saben que poseen, ni comprenden que ella trabajaba para resguardarlos. El derecho a la libertad de expresión. El derecho a ser un contrapeso al poder que en México se ejerce -cada vez más- de manera impune. El derecho a mostrar la verdad, caminando sobre un terreno minado de mentiras. El derecho de los mexicanos a contar con un periodismo independiente, autónomo, crítico. Allí estaba, todas las mañanas de 6:45 a 10 am, de lunes a viernes, el archipiélago de la libertad. Uno de los pocos que quedaban. Allí estaba ese lugar que sintonizaban millones de mexicanos en busca de lo querían saber, escuchar, conocer sobre su país, sobre quién los gobierna, sobre cómo se ejerce el poder. Ese lugar que informaba y retaba y ofendía y enojaba. Ese lugar imprescindible.
La defensa de la libertad en un país donde es un bien escaso es difícil, ardua, arriesgada. Implica defender el derecho de diseminar incluso aquello que es percibido como ofensivo o “desestabilizador” o incómodo para el gobierno. Carmen, encabeza esa defensa porque ella es así. Es conocida por su trabajo, respetada por su inteligencia, honrada por su coraje. Es valiente. Obcecada. Combativa. Audaz. Auténtica. Y porque la libertad de expresión que ejerce es así; esa es la naturaleza de la bestia. A veces tiene el deber de arrojarle leña al fuego. A veces enfrenta el imperativo de encender un cerillo en un paraje reseco. A veces incomoda al Presidente y al secretario de Hacienda y al PRI y al PRD y al INE y al IFAI y a la Suprema Corte y al Senado y al Ejército. Y al hacerlo, protege el lugar vital en el cual el discurso plural -cada vez más atacado- puede sobrevivir.
Hay muchos a quienes no les gusta su trabajo. La descalifican por “lopezobradorista” o “lesbiana” o “sesgada” o “estridente” o “izquierdista” o “políticamente correcta”. A quienes no les agradaba el tipo de periodismo que impulsaba, tenían todo el derecho de cambiar de estación. A lo que no tienen derecho -como lo hizo MVS- es a armar un conflicto que constituyó un pretexto para sacarla del aire, junto con los dos periodistas que hicieron la investigación sobre la Casa Blanca. Usando el tema del mal uso de la “marca” como cortina de humo. Usando el argumento del “abuso de confianza” como bozal. Usando “lineamientos” elaborados de manera intempestiva como una forma de cercar o censurar, porque para cualquier periodista que se respete a sí mismo resultarían inaceptables.
Como ha explicado el Ombudsman de MVS, los lineamientos anunciados por la empresa modificaban unilateralmente las condiciones del contrato firmado por Carmen, en el cual ella era responsable del contenido de su emisión. De pronto, y de forma hostil, ruda y beligerante, la empresa dictó términos no consensuados, con probables implicaciones jurídicas dado el contrato que previamente había celebrado con ella. De pronto, la familia Vargas actuó de manera antitética a lo que su nombre ha representado. Y no se sabe si es por recompensas económicas, presión política, peticiones de Los Pinos, o simple miedo ante las implicaciones del trabajo que Carmenhace y ha hecho.
Y por eso habrá que defender y arropar y pelear por Carmen Aristegui y sus espacios. Porque son los nuestros. Porque a nosotros, como beneficiarios de su trabajo, nos corresponde construir una defensa robusta de la libertad de expresión, del pluralismo, de la necesidad de ser irreverente y retador. Nos corresponde apuntalar la práctica diaria de la libertad. Ponernos de pie, protestar, exhibir a MVS como una empresa tramposa, solidarizarnos con quien reta la corrupción, los abusos del poder, la violencia, la intolerancia. El lema de lo que hay que hacer es simple y lo dice todo: “Je suis Carmen“.