Carta de pacificación elemental a Felipe Calderón
Señor Felipe Calderón Hinojosa: Le agradezco la bandera mexicana que hizo llegar a mi casa como a la de millones de mexicanos; y al mismo tiempo y en relación inversamente proporcional, lamento, me avergüenza y no deja de asombrarme que el presidente de mi país ignore de una manera tan patológica quién es la serpiente de cascabel en el libro de sabiduría que es el territorio llamado México.
¿Ha visitado usted el Museo Nacional de Antropología? ¿Conoce a la Coatlicue, abuela de la creación? ¿Es acaso una trama infernal de enemigos la que se entreteje en la falda de esa señora, o es un acuerdo primigenio el tejido de serpiente que fertiliza toda vida?
No tiene que hurgar en bibliotecas: Pregúntele a Enrique Florescano, señor presidente. Pregúntele, por favor a Alfredo López Austin o a nuestro eminente Miguel León Portilla. Instrúyase si quiere con sus paisanos purépechas o con los mazatecos de Oaxaca. Acérquese a cabildear con coras, tepehuanos o huicholes. Pregúntele a los vendedores ambulantes migrantes de Huajuapan de León o a los tzotziles zapatistas.
El escudo del lábaro patrio es como un holograma del mundo que trasciende la dualidad. La nopalera es el fruto pródigo de nuestro paisaje áspero, espinoso y sobre todo nutritivo. Representa el asiento, el petate, el recipiente madre sobre el cual peregrina la descendencia humanidad.
La serpiente es el fundamento energético de nuestro subsuelo. Es como una tatarabuela principal y , aunque se arrastra y vive bajo la tierra, la filosofía tolteca, la olmeca, la maya, por mencionar unas cuantas de nuestro amplio acervo, nos comparten que el relámpago con el cual se rubrica la lluvia fertilidad, tiene en la serpiente una de sus principales fuerzas de convocatoria.
El águila no es precisamente el pueblo de México, señor Calderón. El águila real de nuestro escudo representa una elevada condición de la conciencia humana. Simboliza la expansión creativa del cielo y representa al Sol como cazador que libera iluminando el destino de su presa. La serpiente devorada por el águila, abandona su mundo conocido de reptil y se convierte o convierte al águila en serpiente emplumada. El águila que devora la serpiente se nutre y se alfabetiza de tierra con los acuerdos del subsuelo. Cuando miremos una fotografía de usted comiéndose un taquito con tortilla de maíz, la versión nixtamalizada de una deidad principal de Mesoamérica, no diremos que muy valeroso anda el presidente venciendo al enemigo del pueblo (aunque el permiso a los transgénicos así lo hagan parecer)
Nos falta hablar del lago sobre el que se posa el símbolo como un espejo del cielo en medio del cual se siembra la semilla de pueblo; pero no quiero distraerlo tanto y además no me sé bien esos versos de la poesía mística y popular mexicana.
Prefiero despedirme reiterándole las gracias por la bandera que ya cuelga en la puerta de la casa de mi madre y rogándole encarecidamente apearse unos momentitos de su atrabancamiento conceptual, que deje de ver moros con tranchetes y que pueda contemplar la medicina corazón chalchihuitle como la moneda que respira en la cotidianidad del territorio mexicano, dentro del cual ríos, jaguares, osos, nahuas, colibríes, mazatecos, otomíes, peñascos, cordilleras, ahuehuetes, ceibas, mixtecos, mestizos, cholos, zempazúchiles, maizales, fuego, centroamericanos, abejas y un buen puñado de gandallas adinerados de puro miedo sembrando injustamente miedo conformamos una familia sin fronteras apuntando en el juego energético de la vida y la muerte hacia los paisajes luminosos donde se honra la memoria de los antepasados con la alegría porvenir de los retoños.
Reciba saludos de mi parte y mándele si es gustoso una sentida disculpa pública a los presidentes de Centroamérica, disculpas e indemnización a los familiares de los compas asesinados y una buena limpieza mental a nuestros cuerpos de migración, quizás estudiando la versión indígena de nuestra bandera nacional.
Gracias.
Sr. Pedro Pareja
(agencia periodistica altenativa de informacion.)