La Redacción UP
Hace dos años, tras la presentación de uno de sus libros, el uruguayo Mario Benedetti dijo que ya no quería más homenajes porque se sentía cansado y se retiró casi por completo de la vida pública.
Pero pese a su retiro, tanto "Vivir Adrede" como su última obra, "Testigo de uno mismo", fueron de las más buscadas por los uruguayos, que lo veneraban como uno de sus principales y más queridos escritores con una carrera literaria de seis décadas.
En los últimos años, y tras el fallecimiento en el 2006 de su compañera de toda la vida, Luz, su salud se deterioró pero el escritor continuó trabajando y antes de morir daba los últimos retoques a un libro de poemas "Biografía para encontrarme".
Benedetti murió este domingo 17 de Mayo, en su hogar a los 88 años por una insuficiencia renal, según medios locales.
Un ácido crítico de Estados Unidos, Benedetti debió exiliarse durante 12 años de Uruguay durante el Gobierno de facto (1973-1985) y, tras pasar por Argentina, Perú y Cuba, eligió a Madrid como su segundo hogar.
Varios de sus poemas, sobre la amistad, el amor y el compromiso social, fueron adaptados por cantantes como Joan Manuel Serrat y el uruguayo Daniel Viglietti.
Con varias operaciones al corazón a cuestas, desde 1992 Benedetti publicó casi una obra por año, en una prolífica carrera literaria que comenzó en 1949. El público, desde adolescentes hasta ancianos, abarrotaba cada presentación en la que el escritor leía y bromeaba con partes de su obra.
Una de sus últimas apariciones públicas, en un espectáculo llamado "A dos voces" junto al cantautor Viglietti, ambos artistas íconos de las generaciones que vivieron bajo el Gobierno militar de las décadas de 1970 y 1980 agotaron en pocos días todas sus funciones.
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EL OTRO YO.(Mario Benedetti)
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo. El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo. Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado. Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó. Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable». El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
No te salves
Mario Benedetti
No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.