Santiagueras y santiagueros;
Orientales;
Combatientes del Ejército Rebelde, la lucha clandestina y de cada
combate en defensa de la Revolución durante estos 50 años;
Compatriotas:
El primer pensamiento, un día como hoy, para los caídos en esta larga
lucha. Ellos son paradigma y símbolo del esfuerzo y el sacrificio de
millones de cubanos. En estrecha unión, empuñando las poderosas armas
que han significado la dirección, las enseñanzas y el ejemplo de
Fidel, aprendimos en el rigor de la lucha a transformar sueños en
realidades; a no perder la calma y la confianza frente a peligros y
amenazas; a levantar el ánimo tras los grandes reveses; a convertir en
victoria cada reto y a superar las adversidades, por insuperables que
pudieran parecer.
Los que hemos tenido el privilegio de vivir con toda intensidad esta
etapa de nuestra historia, sabemos bien cuán cierta ha resultado la
alerta que nos hizo aquel 8 de enero de 1959, en su primer discurso al
entrar a la capital:
“La tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo,
queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo
adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil”,
concluyó.
Por primera vez el pueblo cubano alcanzaba el poder político. En esta
ocasión, junto a Fidel, los mambises sí entraron a Santiago de Cuba.
Atrás quedaban 60 años exactos de dominación absoluta del naciente
imperialismo norteamericano, que no tardaría en mostrar sus verdaderos
propósitos, al impedir la entrada a esta ciudad del Ejército Libertador.
Atrás quedaron también la gran confusión y sobre todo la frustración
enorme que generó la intervención norteamericana. Sin embargo se
mantuvo en vilo, más allá de su disolución formal, la voluntad de
lucha del Ejército Mambí y el pensamiento que guió las armas de
Céspedes, Agramonte, Gómez, Maceo y tantos otros próceres y
combatientes por la independencia.
Vivimos algo más de cinco décadas de gobiernos corruptos, de nuevas
intervenciones norteamericanas; la tiranía machadista y la revolución
frustrada que la derrocó. Más tarde, en 1952, el golpe de Estado, con
el apoyo del gobierno norteamericano, instauró nuevamente la
dictadura, fórmula aplicada en esos años para asegurar su dominio en
América Latina.
Para nosotros quedó claro que la lucha armada era la única vía. A los
revolucionarios se nos planteaba nuevamente, como a Martí antes, el
dilema de la guerra necesaria por la independencia que quedó trunca en 1898.
El Ejército Rebelde retomó las armas mambisas y después del triunfo se
transformó para siempre en las invictas Fuerzas Armadas Revolucionarias.
La Generación del Centenario, que en 1953 asaltó los cuarteles Moncada
y Carlos Manuel de Céspedes, contó con el importante legado de Martí,
con su visión global humanística que va más allá de la consecución de
la liberación nacional.
En términos históricos, fue breve el tiempo que medió entre la
frustración del sueño mambí y el triunfo en la Guerra de Liberación. A
comienzos de ese período, Mella, uno de los fundadores de nuestro
primer partido comunista y creador de la FEU, se convierte en heredero
legítimo y puente que une el pensamiento martiano y las ideas más avanzadas.
Fueron años de maduración de la conciencia y la acción de obreros y
campesinos, y de formación de una intelectualidad genuina, valiente y
patriota que los ha acompañado hasta el presente.
El magisterio cubano, fiel depositario de las tradiciones de lucha de
sus predecesores, las sembró en lo mejor de las nuevas generaciones.
Desde el mismo momento del triunfo, se hizo evidente para cada hombre
y mujer humilde que la Revolución era un justiciero cataclismo social
que tocó todas las puertas, desde los palacetes de la Quinta Avenida
en la capital, hasta el más misérrimo y apartado bohío de nuestros
campos y montañas.
Las leyes revolucionarias no sólo dieron cumplimiento al programa del
Moncada, lo superaron con creces en la lógica evolución del proceso.
Además sentaron un precedente para los pueblos de nuestra América que
hace 200 años iniciaron el movimiento emancipador del colonialismo.
En Cuba, la historia americana tomó rumbos diferentes. Nada moralmente
valioso ha sido ajeno al torbellino que aun antes del primero de enero
de 1959, comenzó a barrer oprobios e inequidades, a la vez que abrió
paso al gigantesco esfuerzo de todo un pueblo, decidido a darse a sí
mismo cuanto merece y ha logrado levantar con su sangre y su sudor.
Millones de cubanas y cubanos han sido trabajadores, estudiantes,
soldados, o simultáneamente las tres cosas, cuantas veces las
circunstancias lo han exigido.
La síntesis magistral de Nicolás Guillén resumió el significado para
el pueblo del triunfo de enero de 1959: “Tengo lo que tenía que
tener”, dice uno de sus versos, refiriéndose no a riquezas materiales,
sino a ser dueños de nuestro destino.
Es una victoria doblemente meritoria, porque ha sido alcanzada a pesar
del odio enfermizo y vengativo del poderoso vecino.
El fomento y apoyo al sabotaje y el bandidismo; la invasión de Playa
Girón; el bloqueo y demás agresiones económicas, políticas y
diplomáticas; la permanente campaña de mentiras dirigida a denigrar a
la Revolución y sus líderes; la Crisis de Octubre, los secuestros y
ataques a embarcaciones y aeronaves civiles; el terrorismo de Estado,
con su terrible saldo de 3 478 muertos y 2 099 incapacitados; los
planes de atentados a Fidel y otros dirigentes; los asesinatos de
obreros, campesinos, pescadores, estudiantes, diplomáticos y
combatientes cubanos. Esos y otros muchos crímenes dan fe del tozudo
empeño de apagar a cualquier precio la luz de justicia y decoro que
significó la alborada del Primero de Enero.
Una tras otra, todas las administraciones norteamericanas no han
cesado de intentar forzar un cambio de régimen en Cuba, empleando una
u otra vía, con mayor o menor agresividad.
Resistir ha sido palabra de orden y la clave de cada una de nuestras
victorias, durante este medio siglo de ininterrumpido batallar, en que
hemos partido invariablemente de jugarnos nuestra propia piel, sin
dejar de reconocer la amplia y decisiva solidaridad recibida.
Desde hace muchos años, los revolucionarios cubanos nos atenemos a la
máxima martiana: “La libertad cuesta muy cara, y es necesario o
resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio”.
En esta plaza, en el 30 aniversario del triunfo, Fidel nos dijo: “Aquí
estamos porque hemos podido resistir”. Una década después, en 1999,
desde ese mismo balcón, afirmó que el período especial constituía “la
más extraordinaria página de gloria y firmeza patriótica y
revolucionaria, (...) cuando nos quedamos absolutamente solos en medio
de Occidente a 90 millas de Estados Unidos y decidimos seguir
adelante”. Fin de la cita. Así lo repetimos hoy.
Ha sido una resistencia firme, ajena a fanatismos, basada en sólidas
convicciones y en la decisión de todo un pueblo de defenderlas al
precio que sea necesario. Ejemplo vivo de ello en estos momentos es la
inconmovible firmeza de nuestros Cinco Héroes.
Hoy no estamos solos frente al imperio en este lado del océano, como
ocurrió en los años sesenta, cuando los Estados Unidos impusieron el
absurdo de expulsar de la OEA, en enero de 1962, a Cuba, el país que
poco antes había sido víctima de una invasión organizada por el
gobierno norteamericano y escoltada hasta nuestras costas por sus
buques de guerra.
Precisamente, como se ha demostrado, esa expulsión era el preludio de
una intervención militar directa, impedida sólo por el despliegue de
los cohetes nucleares soviéticos que desembocó en la Crisis de
Octubre, conocida mundialmente como la crisis de los mísiles.
Hoy la Revolución es más fuerte que nunca y jamás ha cedido un
milímetro en sus principios, ni en los momentos más difíciles. No
cambia en lo más mínimo esa verdad que algunos pocos se cansen y hasta
renieguen de su historia, olvidándose que la vida es un eterno batallar.
¿Significa que han disminuido los peligros? No, no nos hagamos
ilusiones. Cuando conmemoramos este medio siglo de victorias, se
impone la reflexión sobre el futuro, sobre los próximos cincuenta años
que serán también de permanente lucha.
Observando las actuales turbulencias del mundo contemporáneo, no
podemos pensar que serán más fáciles, lo digo no para asustar a nadie,
es la pura realidad.
También debemos tener muy presente lo que Fidel nos dijo a todos,
pero especialmente a los jóvenes, en la Universidad de La Habana, el
17 de noviembre del 2005: “Este país puede autodestruirse por sí
mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla
hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa
nuestra”, sentenció.
¿Cuál es la garantía de que no ocurra algo tan terrible para nuestro pueblo?
¿Cómo evitar un golpe tan anonadante que necesitaríamos mucho tiempo
para recuperarnos y alcanzar de nuevo la victoria?
Hablo en nombre de todos los que hemos luchado, desde los primeros
disparos en los muros del Moncada, hace 55 años, hasta los que
cumplieron heroicas misiones internacionalistas.
Hablo, por supuesto, también en nombre de los que cayeron en las
guerras de independencia y más recientemente en la Guerra de
Liberación. En representación de todos ellos, hablo en nombre de Abel
y José Antonio, de Camilo y Che, cuando afirmo, en primer lugar, que
ello exige de los dirigentes del mañana que no olviden nunca que esta
es la Revolución de los humildes, por los humildes y para los
humildes; que no se reblandezcan con los cantos de sirena del enemigo
y tengan conciencia de que por su esencia, nunca dejará de ser
agresivo, dominante y traicionero; que no se aparten jamás de nuestros
obreros, campesinos y el resto del pueblo; que la militancia impida
que destruyan al Partido. Aprendamos de la historia.
Si actúan así, contarán siempre con el apoyo del pueblo, incluso
cuando se equivoquen en cuestiones que no violen principios
esenciales. Pero si sus actos no estuvieran en consonancia con esa
conducta, no contarán siquiera con la fuerza necesaria ni la
oportunidad para rectificar, pues les faltará la autoridad moral que
sólo otorgan las masas a quienes no ceden en la lucha. Pudieran
terminar siendo impotentes ante los peligros externos e internos, e
incapaces de preservar la obra fruto de la sangre y el sacrificio de
muchas generaciones de cubanos.
Si ello llegara a suceder, nadie lo dude, nuestro pueblo sabrá dar la
pelea, y en la primera línea estarán los mambises de hoy, que no se
desarmarán ideológicamente ni dejarán caer la espada.
Corresponde a la dirección histórica de la Revolución preparar a las
nuevas generaciones para asumir la enorme responsabilidad de continuar
adelante con el proceso revolucionario.
Esta heroica ciudad de Santiago, y Cuba entera, fue testigo del
sacrificio de miles de compatriotas; de la ira acumulada ante tanta
vida tronchada por el crimen; del dolor infinito de nuestras madres y
del valor sublime de sus hijas e hijos.
Aquí nació un joven revolucionario, de sólo 22 años al caer asesinado,
que simboliza esa disposición al sacrificio, pureza, valentía,
serenidad y amor a la patria de nuestro pueblo: Frank País García.
En esta tierra oriental nació la Revolución. Aquí fue la clarinada de
La Demajagua y el 26 de Julio; aquí desembarcamos en el Granma e
iniciamos el combate en montañas y llanos, que luego se extendió a
toda la isla. Como dijo Fidel en La Historia me Absolverá, aquí “cada
día parece que va a ser otra vez el de Yara o el de Baire”.
¡Nunca más volverán la miseria, la ignominia, el abuso y la injusticia
a nuestra tierra!
¡Jamás regresará el dolor al corazón de las madres ni la vergüenza al
alma de cada cubano honesto!
Es la firme decisión de una nación en pie de lucha, consciente de su
deber y orgullosa de su historia.
Nuestro pueblo conoce cada imperfección de la obra que él mismo ha
levantado con sus brazos y defendido a riesgo de su vida. Los
revolucionarios somos nuestros principales críticos. No hemos dudado
en dilucidar deficiencias y errores públicamente. Sobran los ejemplos
pasados y recientes.
Desde el 10 de octubre de 1868, la desunión fue causa fundamental de
nuestras derrotas. A partir del primero de enero de 1959, la unidad,
forjada por Fidel, ha sido garantía de nuestras victorias. Nuestro
pueblo logró mantenerla frente a todos los avatares e intentos
divisionistas y ha sabido situar los anhelos comunes por encima de las
diferencias, derrotar mezquindades a fuerza de colectivismo y generosidad.
Las revoluciones sólo avanzan y perduran cuando las lleva adelante el
pueblo. Haber comprendido esa verdad y actuado invariablemente en
consecuencia con ella, ha sido factor decisivo de la victoria de la
Revolución cubana frente a enemigos, dificultades y retos en
apariencia invencibles.
Al arribar al primer medio siglo de Revolución triunfante, llegue el
principal tributo a nuestro maravilloso pueblo; a su ejemplar
decisión, valor, fidelidad, vocación solidaria e internacionalista; a
su extraordinaria demostración de voluntad, espíritu de sacrificio y
confianza en la victoria, en el Partido, en su máximo líder y sobre
todo en sí mismo.
Sé que expreso el sentir de mis compatriotas y de muchos
revolucionarios en el mundo, al rendir homenaje en esta hora al
Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz.
Un individuo no hace la historia, lo sabemos, pero hay hombres
imprescindibles capaces de influir en su curso de manera decisiva.
Fidel es uno de ellos, nadie lo duda, ni aún sus enemigos más acérrimos.
Desde muy joven hizo suyo un pensamiento martiano: “Toda la gloria del
mundo cabe en un grano de maíz”. Lo convirtió en escudo contra lo
fatuo y lo pasajero, en su principal arma para transformar halagos y
honores, por merecidos que fueran, en mayor modestia, honradez,
voluntad de lucha y amor por la verdad, que invariablemente ha situado
por encima de todo.
A estas ideas se refirió, en esta misma plaza, hace 50 años. Sus
palabras de aquella noche mantienen absoluta vigencia.
En este especial momento que nos hace meditar en el camino recorrido y
sobre todo en el aún más largo que está por delante, cuando
ratificamos nuevamente el compromiso con el pueblo y nuestros
mártires, permítanme concluir repitiendo la alerta premonitoria y el
llamado al combate que nos hiciera el Comandante en Jefe en este
histórico lugar, el primero de enero de 1959, cuando señaló:
“No creemos que todos los problemas se vayan a resolver fácilmente,
sabemos que el camino está trillado de obstáculos, pero nosotros somos
hombres de fe, que nos enfrentamos siempre a las grandes dificultades.
Podrá estar seguro el pueblo de una cosa, que es que podemos
equivocarnos una y muchas veces, lo único que no podrá decir jamás de
nosotros es que robamos, que traicionamos”.
Y agregó:
“Nunca nos dejaremos arrastrar por la vanidad ni por la ambición,
(...) no hay satisfacción ni premio más grande que cumplir con el
deber”, concluyó.
En una fecha de tanto significado y simbolismo, reflexionemos sobre
estas ideas que constituyen guía para el revolucionario verdadero.
Hagámoslo con la satisfacción de haber cumplido el deber hasta el
presente; con el aval de haber vivido con dignidad el más intenso y
fecundo medio siglo de historia patria y con el firme compromiso de
que en esta tierra siempre podremos exclamar con orgullo:
¡Gloria a nuestros héroes y mártires!
¡Viva Fidel!
¡Viva la Revolución!
¡Viva Cuba libre!
Orientales;
Combatientes del Ejército Rebelde, la lucha clandestina y de cada
combate en defensa de la Revolución durante estos 50 años;
Compatriotas:
El primer pensamiento, un día como hoy, para los caídos en esta larga
lucha. Ellos son paradigma y símbolo del esfuerzo y el sacrificio de
millones de cubanos. En estrecha unión, empuñando las poderosas armas
que han significado la dirección, las enseñanzas y el ejemplo de
Fidel, aprendimos en el rigor de la lucha a transformar sueños en
realidades; a no perder la calma y la confianza frente a peligros y
amenazas; a levantar el ánimo tras los grandes reveses; a convertir en
victoria cada reto y a superar las adversidades, por insuperables que
pudieran parecer.
Los que hemos tenido el privilegio de vivir con toda intensidad esta
etapa de nuestra historia, sabemos bien cuán cierta ha resultado la
alerta que nos hizo aquel 8 de enero de 1959, en su primer discurso al
entrar a la capital:
“La tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo,
queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo
adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil”,
concluyó.
Por primera vez el pueblo cubano alcanzaba el poder político. En esta
ocasión, junto a Fidel, los mambises sí entraron a Santiago de Cuba.
Atrás quedaban 60 años exactos de dominación absoluta del naciente
imperialismo norteamericano, que no tardaría en mostrar sus verdaderos
propósitos, al impedir la entrada a esta ciudad del Ejército Libertador.
Atrás quedaron también la gran confusión y sobre todo la frustración
enorme que generó la intervención norteamericana. Sin embargo se
mantuvo en vilo, más allá de su disolución formal, la voluntad de
lucha del Ejército Mambí y el pensamiento que guió las armas de
Céspedes, Agramonte, Gómez, Maceo y tantos otros próceres y
combatientes por la independencia.
Vivimos algo más de cinco décadas de gobiernos corruptos, de nuevas
intervenciones norteamericanas; la tiranía machadista y la revolución
frustrada que la derrocó. Más tarde, en 1952, el golpe de Estado, con
el apoyo del gobierno norteamericano, instauró nuevamente la
dictadura, fórmula aplicada en esos años para asegurar su dominio en
América Latina.
Para nosotros quedó claro que la lucha armada era la única vía. A los
revolucionarios se nos planteaba nuevamente, como a Martí antes, el
dilema de la guerra necesaria por la independencia que quedó trunca en 1898.
El Ejército Rebelde retomó las armas mambisas y después del triunfo se
transformó para siempre en las invictas Fuerzas Armadas Revolucionarias.
La Generación del Centenario, que en 1953 asaltó los cuarteles Moncada
y Carlos Manuel de Céspedes, contó con el importante legado de Martí,
con su visión global humanística que va más allá de la consecución de
la liberación nacional.
En términos históricos, fue breve el tiempo que medió entre la
frustración del sueño mambí y el triunfo en la Guerra de Liberación. A
comienzos de ese período, Mella, uno de los fundadores de nuestro
primer partido comunista y creador de la FEU, se convierte en heredero
legítimo y puente que une el pensamiento martiano y las ideas más avanzadas.
Fueron años de maduración de la conciencia y la acción de obreros y
campesinos, y de formación de una intelectualidad genuina, valiente y
patriota que los ha acompañado hasta el presente.
El magisterio cubano, fiel depositario de las tradiciones de lucha de
sus predecesores, las sembró en lo mejor de las nuevas generaciones.
Desde el mismo momento del triunfo, se hizo evidente para cada hombre
y mujer humilde que la Revolución era un justiciero cataclismo social
que tocó todas las puertas, desde los palacetes de la Quinta Avenida
en la capital, hasta el más misérrimo y apartado bohío de nuestros
campos y montañas.
Las leyes revolucionarias no sólo dieron cumplimiento al programa del
Moncada, lo superaron con creces en la lógica evolución del proceso.
Además sentaron un precedente para los pueblos de nuestra América que
hace 200 años iniciaron el movimiento emancipador del colonialismo.
En Cuba, la historia americana tomó rumbos diferentes. Nada moralmente
valioso ha sido ajeno al torbellino que aun antes del primero de enero
de 1959, comenzó a barrer oprobios e inequidades, a la vez que abrió
paso al gigantesco esfuerzo de todo un pueblo, decidido a darse a sí
mismo cuanto merece y ha logrado levantar con su sangre y su sudor.
Millones de cubanas y cubanos han sido trabajadores, estudiantes,
soldados, o simultáneamente las tres cosas, cuantas veces las
circunstancias lo han exigido.
La síntesis magistral de Nicolás Guillén resumió el significado para
el pueblo del triunfo de enero de 1959: “Tengo lo que tenía que
tener”, dice uno de sus versos, refiriéndose no a riquezas materiales,
sino a ser dueños de nuestro destino.
Es una victoria doblemente meritoria, porque ha sido alcanzada a pesar
del odio enfermizo y vengativo del poderoso vecino.
El fomento y apoyo al sabotaje y el bandidismo; la invasión de Playa
Girón; el bloqueo y demás agresiones económicas, políticas y
diplomáticas; la permanente campaña de mentiras dirigida a denigrar a
la Revolución y sus líderes; la Crisis de Octubre, los secuestros y
ataques a embarcaciones y aeronaves civiles; el terrorismo de Estado,
con su terrible saldo de 3 478 muertos y 2 099 incapacitados; los
planes de atentados a Fidel y otros dirigentes; los asesinatos de
obreros, campesinos, pescadores, estudiantes, diplomáticos y
combatientes cubanos. Esos y otros muchos crímenes dan fe del tozudo
empeño de apagar a cualquier precio la luz de justicia y decoro que
significó la alborada del Primero de Enero.
Una tras otra, todas las administraciones norteamericanas no han
cesado de intentar forzar un cambio de régimen en Cuba, empleando una
u otra vía, con mayor o menor agresividad.
Resistir ha sido palabra de orden y la clave de cada una de nuestras
victorias, durante este medio siglo de ininterrumpido batallar, en que
hemos partido invariablemente de jugarnos nuestra propia piel, sin
dejar de reconocer la amplia y decisiva solidaridad recibida.
Desde hace muchos años, los revolucionarios cubanos nos atenemos a la
máxima martiana: “La libertad cuesta muy cara, y es necesario o
resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio”.
En esta plaza, en el 30 aniversario del triunfo, Fidel nos dijo: “Aquí
estamos porque hemos podido resistir”. Una década después, en 1999,
desde ese mismo balcón, afirmó que el período especial constituía “la
más extraordinaria página de gloria y firmeza patriótica y
revolucionaria, (...) cuando nos quedamos absolutamente solos en medio
de Occidente a 90 millas de Estados Unidos y decidimos seguir
adelante”. Fin de la cita. Así lo repetimos hoy.
Ha sido una resistencia firme, ajena a fanatismos, basada en sólidas
convicciones y en la decisión de todo un pueblo de defenderlas al
precio que sea necesario. Ejemplo vivo de ello en estos momentos es la
inconmovible firmeza de nuestros Cinco Héroes.
Hoy no estamos solos frente al imperio en este lado del océano, como
ocurrió en los años sesenta, cuando los Estados Unidos impusieron el
absurdo de expulsar de la OEA, en enero de 1962, a Cuba, el país que
poco antes había sido víctima de una invasión organizada por el
gobierno norteamericano y escoltada hasta nuestras costas por sus
buques de guerra.
Precisamente, como se ha demostrado, esa expulsión era el preludio de
una intervención militar directa, impedida sólo por el despliegue de
los cohetes nucleares soviéticos que desembocó en la Crisis de
Octubre, conocida mundialmente como la crisis de los mísiles.
Hoy la Revolución es más fuerte que nunca y jamás ha cedido un
milímetro en sus principios, ni en los momentos más difíciles. No
cambia en lo más mínimo esa verdad que algunos pocos se cansen y hasta
renieguen de su historia, olvidándose que la vida es un eterno batallar.
¿Significa que han disminuido los peligros? No, no nos hagamos
ilusiones. Cuando conmemoramos este medio siglo de victorias, se
impone la reflexión sobre el futuro, sobre los próximos cincuenta años
que serán también de permanente lucha.
Observando las actuales turbulencias del mundo contemporáneo, no
podemos pensar que serán más fáciles, lo digo no para asustar a nadie,
es la pura realidad.
También debemos tener muy presente lo que Fidel nos dijo a todos,
pero especialmente a los jóvenes, en la Universidad de La Habana, el
17 de noviembre del 2005: “Este país puede autodestruirse por sí
mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla
hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa
nuestra”, sentenció.
¿Cuál es la garantía de que no ocurra algo tan terrible para nuestro pueblo?
¿Cómo evitar un golpe tan anonadante que necesitaríamos mucho tiempo
para recuperarnos y alcanzar de nuevo la victoria?
Hablo en nombre de todos los que hemos luchado, desde los primeros
disparos en los muros del Moncada, hace 55 años, hasta los que
cumplieron heroicas misiones internacionalistas.
Hablo, por supuesto, también en nombre de los que cayeron en las
guerras de independencia y más recientemente en la Guerra de
Liberación. En representación de todos ellos, hablo en nombre de Abel
y José Antonio, de Camilo y Che, cuando afirmo, en primer lugar, que
ello exige de los dirigentes del mañana que no olviden nunca que esta
es la Revolución de los humildes, por los humildes y para los
humildes; que no se reblandezcan con los cantos de sirena del enemigo
y tengan conciencia de que por su esencia, nunca dejará de ser
agresivo, dominante y traicionero; que no se aparten jamás de nuestros
obreros, campesinos y el resto del pueblo; que la militancia impida
que destruyan al Partido. Aprendamos de la historia.
Si actúan así, contarán siempre con el apoyo del pueblo, incluso
cuando se equivoquen en cuestiones que no violen principios
esenciales. Pero si sus actos no estuvieran en consonancia con esa
conducta, no contarán siquiera con la fuerza necesaria ni la
oportunidad para rectificar, pues les faltará la autoridad moral que
sólo otorgan las masas a quienes no ceden en la lucha. Pudieran
terminar siendo impotentes ante los peligros externos e internos, e
incapaces de preservar la obra fruto de la sangre y el sacrificio de
muchas generaciones de cubanos.
Si ello llegara a suceder, nadie lo dude, nuestro pueblo sabrá dar la
pelea, y en la primera línea estarán los mambises de hoy, que no se
desarmarán ideológicamente ni dejarán caer la espada.
Corresponde a la dirección histórica de la Revolución preparar a las
nuevas generaciones para asumir la enorme responsabilidad de continuar
adelante con el proceso revolucionario.
Esta heroica ciudad de Santiago, y Cuba entera, fue testigo del
sacrificio de miles de compatriotas; de la ira acumulada ante tanta
vida tronchada por el crimen; del dolor infinito de nuestras madres y
del valor sublime de sus hijas e hijos.
Aquí nació un joven revolucionario, de sólo 22 años al caer asesinado,
que simboliza esa disposición al sacrificio, pureza, valentía,
serenidad y amor a la patria de nuestro pueblo: Frank País García.
En esta tierra oriental nació la Revolución. Aquí fue la clarinada de
La Demajagua y el 26 de Julio; aquí desembarcamos en el Granma e
iniciamos el combate en montañas y llanos, que luego se extendió a
toda la isla. Como dijo Fidel en La Historia me Absolverá, aquí “cada
día parece que va a ser otra vez el de Yara o el de Baire”.
¡Nunca más volverán la miseria, la ignominia, el abuso y la injusticia
a nuestra tierra!
¡Jamás regresará el dolor al corazón de las madres ni la vergüenza al
alma de cada cubano honesto!
Es la firme decisión de una nación en pie de lucha, consciente de su
deber y orgullosa de su historia.
Nuestro pueblo conoce cada imperfección de la obra que él mismo ha
levantado con sus brazos y defendido a riesgo de su vida. Los
revolucionarios somos nuestros principales críticos. No hemos dudado
en dilucidar deficiencias y errores públicamente. Sobran los ejemplos
pasados y recientes.
Desde el 10 de octubre de 1868, la desunión fue causa fundamental de
nuestras derrotas. A partir del primero de enero de 1959, la unidad,
forjada por Fidel, ha sido garantía de nuestras victorias. Nuestro
pueblo logró mantenerla frente a todos los avatares e intentos
divisionistas y ha sabido situar los anhelos comunes por encima de las
diferencias, derrotar mezquindades a fuerza de colectivismo y generosidad.
Las revoluciones sólo avanzan y perduran cuando las lleva adelante el
pueblo. Haber comprendido esa verdad y actuado invariablemente en
consecuencia con ella, ha sido factor decisivo de la victoria de la
Revolución cubana frente a enemigos, dificultades y retos en
apariencia invencibles.
Al arribar al primer medio siglo de Revolución triunfante, llegue el
principal tributo a nuestro maravilloso pueblo; a su ejemplar
decisión, valor, fidelidad, vocación solidaria e internacionalista; a
su extraordinaria demostración de voluntad, espíritu de sacrificio y
confianza en la victoria, en el Partido, en su máximo líder y sobre
todo en sí mismo.
Sé que expreso el sentir de mis compatriotas y de muchos
revolucionarios en el mundo, al rendir homenaje en esta hora al
Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz.
Un individuo no hace la historia, lo sabemos, pero hay hombres
imprescindibles capaces de influir en su curso de manera decisiva.
Fidel es uno de ellos, nadie lo duda, ni aún sus enemigos más acérrimos.
Desde muy joven hizo suyo un pensamiento martiano: “Toda la gloria del
mundo cabe en un grano de maíz”. Lo convirtió en escudo contra lo
fatuo y lo pasajero, en su principal arma para transformar halagos y
honores, por merecidos que fueran, en mayor modestia, honradez,
voluntad de lucha y amor por la verdad, que invariablemente ha situado
por encima de todo.
A estas ideas se refirió, en esta misma plaza, hace 50 años. Sus
palabras de aquella noche mantienen absoluta vigencia.
En este especial momento que nos hace meditar en el camino recorrido y
sobre todo en el aún más largo que está por delante, cuando
ratificamos nuevamente el compromiso con el pueblo y nuestros
mártires, permítanme concluir repitiendo la alerta premonitoria y el
llamado al combate que nos hiciera el Comandante en Jefe en este
histórico lugar, el primero de enero de 1959, cuando señaló:
“No creemos que todos los problemas se vayan a resolver fácilmente,
sabemos que el camino está trillado de obstáculos, pero nosotros somos
hombres de fe, que nos enfrentamos siempre a las grandes dificultades.
Podrá estar seguro el pueblo de una cosa, que es que podemos
equivocarnos una y muchas veces, lo único que no podrá decir jamás de
nosotros es que robamos, que traicionamos”.
Y agregó:
“Nunca nos dejaremos arrastrar por la vanidad ni por la ambición,
(...) no hay satisfacción ni premio más grande que cumplir con el
deber”, concluyó.
En una fecha de tanto significado y simbolismo, reflexionemos sobre
estas ideas que constituyen guía para el revolucionario verdadero.
Hagámoslo con la satisfacción de haber cumplido el deber hasta el
presente; con el aval de haber vivido con dignidad el más intenso y
fecundo medio siglo de historia patria y con el firme compromiso de
que en esta tierra siempre podremos exclamar con orgullo:
¡Gloria a nuestros héroes y mártires!
¡Viva Fidel!
¡Viva la Revolución!
¡Viva Cuba libre!