Una historia muchas veces silenciada y que ha estado marcada por luces y sombras.
Sombras procedentes de la propia historia del movimiento obrero que, con posterioridad, han continuado gracias al mal maridaje entre el sindicalismo y el feminismo.
La historia del sindicalismo no se puede entender sin la historia de las mujeres de los sindicatos. Las luces deben buscarse en las contribuciones que las sindicalistas, siempre presentes pero insuficientemente reconocidas, han aportado a los sindicatos.
¿Alguien sabe cuales han sido los logros conseguidos y las resistencias encontradas?, siempre será para bien, algunas reflexiones sobre este papel de la mujer trabajadora y su lucha cotidiana para organizarse y levantar sus derechos.
por Belasko
Las teóricas del feminismo suelen diferenciarse según sean partidarias de la ló- gica de la redistribución o se amparen bajo la lógica del reconocimiento. Las primeras suelen encuadrarse a favor de la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, mientras que las segundas suelen destacar la diferencia que confiere valor a la identidad femenina.
Todas ellas provienen del resurgir del feminismo contemporáneo, que renació tras los movimientos sociales de 1968. Y comparten un cierto alejamiento o desinterés por el movimiento sindical.
Los orígenes de clase de buena parte de las pioneras del feminismo explicarían, en parte, el porqué de tal situación. Pero sería incorrecto atribuir las dificultades que habitualmente envuelven la cotidianidad de las mujeres en los sindicatos a esa falta de interés o a esos orígenes de clase de las feministas.
Por el contrario, parece más oportuno tratar de encontrar pistas explicativas de tales dificultades en la propia lógica que acompañó los comienzos y ha presidido la consolidación del movimiento sindical.
Una lógica que algunas estudiosas no dudan en calificar de máxima expresión de la hegemonía masculina. Hegemonía que atraviesa la figura del obrero industrial, pilar sobre el que se ha edificado el movimiento obrero y sindical, que ha contribuido a enmascarar la presencia y las aportaciones de las mujeres de los sindicatos.
Todo ello ha ayudado a dibujar una zona gris en una memoria colectiva que, a día de hoy, se resquebraja gracias a una mayor presencia femenina en las organizaciones sindicales.
Si se trata de encontrar certezas plausibles, sorprende que las relaciones entre las mujeres y el sindicalismo sean un objeto poco estudiado en la literatura académica, salvo en el caso de la historia del trabajo de las mujeres.
De nuevo, aquí, las razones de tal ausencia tal vez deban rastrearse en el mayoritario protagonismo masculino de los especialistas en el mundo laboral y sindical.
Científicos sociales pertenecientes, en su mayoría, al campo del derecho y la economía y, en menor medida, a la sociología. Ámbitos considerados como los más prestigiados de esas especialidades y que, por ello, cuentan con una menor presencia de científicas sociales.
Menor presencia que explicaría, en parte, la relativa escasez de estudios sobre los sindicatos desde la perspectiva de género. O el porqué no suelen estudiarse los condicionantes estructurales que limitan la presencia de las mujeres en los ámbitos de decisión sindical.
En Europa, la legitimidad del discurso de las mujeres sindicalistas cambió de rumbo después de la II Guerra Mundial.
Y si bien durante los años treinta del siglo XX las ideas feministas se integraron en el movimiento obrero, el final de ese período bélico representó el regreso al discurso sindical hegemónicamente masculino.
En España, el franquismo supuso, además de la represión y el intento de aniquilamiento del movimiento obrero, la interrupción de las presencias femeninas, pudiendo decirse que la lucha sindical de las mujeres se mantuvo constante pero transformó sus formas.
Pilar Díaz describe la presencia femenina en los sindicatos durante el franquismo de la siguiente forma: «[las mujeres sindicalistas] son el “capital emocional”, el sustento, pero el modelo organizativo sigue estando muy masculinizado. Ellas son el «movimiento social» ellos están en la “dirección política”» (Díaz 2006: 106).
Las mujeres, las más de las veces, adoptaron el papel de acompañantes. Papel que procedía de la ideología de la domesticidad (Nash, 1993), nacida en el siglo XIX para convertirlas en el «ángel del hogar», y que el franquismo consolidó.
LOS 70as y la MUJER SINDICALIZADA
Así se explica que, al final de los años 70, muchas esposas de obreros industriales colaboraran activamente en la lucha por la defensa del empleo de sus maridos, reproduciendo el status quo del hombre ganador del pan-mujer ama de casa, a pesar de que muchas de ellas fueran amas de casa con una importante presencia en la economía sumergida.
Las décadas de los años 60 y 70 fueron claves para avanzar en las reivindicaciones feministas. A ello contribuyó la reclamación de una mayor presencia de mujeres en los sindicatos y condujo a la creación de las Secretarías de la Mujer o instancias parecidas, en la organización de los sindicatos.
El impulso para su creación provenía del debate sobre la necesidad de incorporar las demandas del movimiento feminista en los programas y estrategias sindicales, siendo un ejemplo pionero que, de una manera u otra, fue seguido por la mayor parte de los sindicatos de clase en Europa y América.
Estos apuntes históricos, debe señalarse que los olvidos mencionados se han ido resquebrajando en estos últimos años. vLa grieta se ha ido abriendo a medida que la historia sindical ha requerido ser reconstruida desde la perspectiva de género.
Las estudiosas del trabajo femenino y el interés de las mujeres sindicalistas por recuperar la historia de sus luchas, han sido quienes han facilitado la restitución de ese olvidado o ignorado rostro femenino.