El pensamiento crítico del nuevo milenio debe responder a su tiempo, ya no debe ni puede transigir con veleidades ideológicas ni permitir regresiones políticas. Marx, seguramente, no lo hubiera permitido nunca.
“En este libro usted encontrará enfoques múltiples y cruces
disciplinarios en el horizonte amplio del pensamiento crítico moderno y
contemporáneo y en la Teoría crítica en particular, como son los de la
filosofía, la sociología, la estética, la historia, el psicoanálisis, la
literatura, la fotografía, el cine y la política”, advierte Ambra Polidori, una
de las editoras de este par de gruesos tomos de Nich für immer! ¡No para
siempre! Introducción al pensamiento crítico y la Teoría frankfurtiana,
publicados en la Ciudad de México por Gedisa y la Universidad Autónoma
Metropolitana.
Conocí a Ambra cuando era una joven reportera de cultura en
el diario unomásuno, posteriormente incursionaría en la crítica y la creación
de arte. Eran los tiempos de periodistas como Manuel Becerra Acosta, director
de aquel entonces refrescante diario —que había surgido, con la revista
Proceso, del golpe echeverrista al Excélsior—, y Huberto Batis, a cargo del
sábado, suplemento cultural de ese periódico. Fue a mediados de los ochenta,
cuando Pedro Meyer —pionero de la revolución digital— y el Consejo Mexicano de
Fotografía, que él presidía, organizaron los Coloquios Latinoamericanos y el
Nacional de Fotografía, espacios de prolongadas reflexiones y apasionadas
discusiones sobre política, ideología, arte, estética y vida cotidiana entre
fotógrafos, artistas, escritores y críticos de casi toda América Latina —y de
Cuba: la revolución de Castro aún no había perdido todo su lustre y casi todos
aún estábamos bajo el hechizo falsamente revolucionario del longevo dictador.
No pasaron muchos años, por cierto, para que la mayoría de los cubanos
invitados se mudara para siempre a México, España, Estados Unidos, en busca de
una libertad que se les había negado en la isla.
Podría afirmar que estos dos gruesos volúmenes tienen su
origen en aquella época rica en debates, y tan convulsa: aún había dictaduras
en el cono sur, Thatcher y Reagan llegaban al poder y Miguel de la Madrid y
luego Carlos Salinas de Gortari instauraban en México la era neoliberal.
¡No para siempre! es casi una enciclopedia, una obra
ambiciosa destinada a convertirse en obra de referencia, consulta y discusión
para académicos y estudiantes; dos tomos que no admiten miradas superficiales,
y quien se atreva a ojearlos se verá súbitamente intrigado por un par de
páginas completamente negras, o blancas —e incluso por una hoja vacía doblada a
mano por la misma Polidori, lo que me hizo suponer que se trataba de una falla
en la encuadernación—; por epígrafes provocadores y palabras intrigantes,
fotografías y la partitura de Simurg, obra de Mario Lavista, que empieza con un
andante misterioso y recorre sucesivamente la franja inferior de las más de
1,500 páginas —aunque no sé si la inclusión de un CD habría sido más idónea.
Y además una muy completa genealogía de la razón y el pensamiento desde Descartes
hasta varios de los pensadores —y pensadoras, desde luego— más influyentes de
las últimas décadas. Setenta y nueve autores —¡solamente!— de varias
nacionalidades y distintas calidades trazan la muy abultada historia del
pensamiento crítico y de la teoría crítica de la Escuela de Francfort, con sus
principales protagonistas iniciales —Walter Benjamin, Theodor Adorno, Herbert
Marcurse, Max Horkheimer, Erich Fromm, Jürgen Habermas—, y, por si fuera poco,
unos cientos de páginas más dedicadas a decenas de autores de las más diversas
procedencias que por sendas distintas —no pocas veces divergentes— han
continuado y contribuido con esta tradición —si es que puede llamársele
tradición. Recordemos que “El pensamiento crítico es el que se deriva de la
concepción crítica de la filosofía. Es decir, aquella surgida del siglo XVIII
con la Ilustración que inserta su filiación doctrinal en el Renacimiento, y
especialmente en las corrientes racionalistas y empiristas del siglo XVII”.
En el Prefacio Polidori alude a Rosa Luxemburgo y su noción
del final abierto de la historia, contra todo determinismo —aun el marxista:
años después el gran filósofo liberal Raymond Aron escribiría que el marxismo
es una filosofía del pasado, y que lo progresista es la fe en que la ciencia
nos emancipe del determinismo histórico a cuya esclavitud nos somete Marx.
Y es
en este sentido como ¡No para siempre! contiene casi en cada página el germen
de su propia continuación/expansión —nada nos impide fantasear con un tercer
tomo— y de su propia crítica, pues, como escribe Raymundo Mier en la
Introducción, no se trata sino de “el pensamiento en diálogo con el
pensamiento”.
Y este diálogo, como sabemos, lleva miles de años de una
actividad espiral, ascendente, tortuosa, incesante y contradictoria que se
despliega en ámbitos tan desiguales como la religión, la filosofía, la
historia, la música, el arte, la ciencia —campos que no pocas veces se han entreverado
para ofrecer resultados fascinantes: la belleza de la física cuántica es
indescriptible, como demuestra el fotógrafo español Alejandro Guijarro, por
ejemplo, al fotografiar los pizarrones de los Institutos de Física de varias
universidades.
Como sabemos, y nos recuerdan los editores, “la Teoría
crítica busca retomar, profundizándola, la teoría de Marx, como teoría crítica
del capitalismo, e incorporar los desarrollos de Freud en lo relativo a la
sociedad”.
Y también que “la Teoría crítica no debe ser entendida como una mera
disciplina especializada, sino como un campo de tensiones; un espacio de
pensamiento, de análisis y de prácticas”, de Marx a Freud, de Nietzsche a Heidegger:
insistir en la crítica actualizada a la sociedad capitalista y burguesa.
De esta forma, puede pensarse que la teoría crítica tendría
una vigencia plena en tanto el capitalismo ha encontrado siempre la manera de
perpetuarse, y que los intentos por erradicarlo han resultado infructuosos y la
mayoría de las veces han dado como resultado Estados totalitarios que
finalmente han sucumbido —aunque, como decía Aron, al comunismo se le juzga por
sus intenciones…
Siendo así, ¿cómo pensar ahora el capitalismo, al que, en
cambio, se le juzga por sus resultados? ¿Cómo predecir su final? ¿O es mejor
tratar de reformarlo, como quería Aron? “Creo que la fisura crítica y los
pliegues en el libro”, dice Ambra, “están dados por los textos mismos; es
decir, ellos mismos exponen en la forma de su escritura, en el modo de plantear
las cosas, la actualidad del pensamiento académico en su mayor parte, su
validez u obsolescencia”, y añade: “He optado por una actitud de cierto desafío
para con la ortodoxia académica”. Un desafío necesario, ciertamente.
Lo anterior es importante, pues no pocos de los autores
incluidos en estos libros han sido cuestionados con acritud por otros
pensadores, ya no hablemos del mismo Marx o de Freud —en su propio tiempo y
hasta mucho después de su muerte, en el caso de estos dos—, sino también de
Foucault, Laclau, Zizek o Judith Butler —recuérdese por favor la hiriente y
merecida mofa que hicieron de algunos de ellos los franceses Alan Sokal y Jean
Bricmont en sus divertidas y reveladoras Imposturas intelectuales (1997).
“Kant […] se habría decepcionado seguramente de la sociedad
y de los logros del llamado ‘progreso’, pues pensaba que todos los
conocimientos y ciencias debían estar al servicio de la promoción de los fines
últimos de la razón: conseguir una humanidad más libre, más sabia, más crítica
y más justa”, escribe Polidori, y es justamente en este paraje donde es urgente
señalar las inconsecuencias y hasta la parcialidad de algunos pensadores a los
que les ha faltado —o no han querido— afinar su ejercicio crítico.
Dice
Raymundo Mier que éste es un libro que expresa una necesidad, y acaso una urgencia en
relación con la vigencia contemporánea del pensamiento crítico: la de convocar
múltiples voces, la de conjugar múltiples puntos de vista, la de conformar los
perfiles del pensamiento crítico a partir de una reflexión sobre sus
condiciones de posibilidad, sus alcances, sus incidencias no solo en el dominio
de las ideas, sino de lo político mismo. La tarea excede las dimensiones de un
libro.
Sin embargo, creo en la posibilidad de expandir —para usar
este verbo tan caro a los editores— el ya extenso listado de autores de estos
dos volúmenes, y ofrecer contrapesos muy pertinentes a posturas e ideas
discutibles o al menos desconcertantes de autores como Chomsky —cuya crítica al
sionismo y al Estado de Israel pasa por la complacencia ante el terrorismo de
Hezbollah y de negacionistas como el francés Robert Faurisson—; o como Edward
Said, de quien la hispanista sueca Inger Enkvist dice:
En los últimos tiempos varios investigadores han controlado
la investigación de Said y podido comprobar que el texto [Orientalismo]
contiene afirmaciones que no se corresponden a lo que dicen las fuentes. La
crítica también subraya que Said mezcla épocas, países, géneros y situaciones,
y que no define términos tan cruciales como… Oriente. Además, Said no se
interesa por el imperialismo, el colonialismo y el racismo no occidentales, por
lo que su texto adolece de falta de equilibrio (“Edward Said, Juan Goytisolo y
la comprobación de los datos”).
… Y de otros autores como Badiou, Wallerstein, Zizek —a
quien Roger Bartra acusa de neoestalinista. A propósito de un video de este
mediático y locuaz filósofo esloveno en el que habla de la caridad y el
capitalismo, Bartra me escribió en un correo electrónico:
A mí no me gusta nada este stalinista lacaniano que habla
con ímpetu de misionero revelando una nueva religión. Su crítica a la caridad
es facilona y tonta. No creo que las nuevas formas de capitalismo adopten la
forma de la caridad. Se ha dedicado a denostar las formas ‘revisionistas’ y
‘reformistas’ de la izquierda. Creo que es un merolico fraudulento que logra
muchos adeptos en esa izquierda aterrada ante el fin de los viejos dogmas, y
que encuentran en él una escapatoria a sus depresiones. Este tipo, en los
setenta, formaba parte de un grupo de lacanianos en Liubliana y logró, gracias
a sus influencias, un puesto en el Comité Central de la Liga de Comunistas
Eslovenos, donde entre otras cosas escribía discursos para altos funcionarios.
Aunque ha aparentado aires de disidente, fue en realidad el típico enchufado
oportunista de los países socialistas.
No es gratuito traer ahora a colación que en nombre del
marxismo se cometieron millones de crímenes aberrantes, de Lenin y Stalin a Pol
Pot y Fidel Castro, y hay una extensa bibliografía a la mano que discute si
efectivamente en el pensamiento de Marx se halla la semilla de tales
atrocidades o si fueron producto de circunstancias muy diversas. En todo caso,
ahí está, por ejemplo, el descomunal Libro negro del comunismo. Crímenes,
terror y represión, de Stéphane Courtois (1997), y también las críticas a los
partidos comunistas, de Althusser y Claudín al mismo Bartra.
Podríamos hablar también de Rancière o de Dussel —¿por qué
los filósofos son tan malos administradores? Me refiero a la gestión de este
último como rector de la UACM— o de Laclau —tan venerado por los artífices de
fracasos estrepitosos como el del llamado “socialismo del siglo XXI”, que ha
hundido a Venezuela en la crisis más grave y penosa de su historia, y de
populismos antidemocráticos como los de Bolivia, Ecuador y la Argentina
kirschnerista—; o de Judith Butler y la dañina contaminación del feminismo con
la poco científica teoría queer.
El escritor francés Andre Gide habla durante la ceremonia
luctuosa por la muerte de Máximo Gorki, el 23 de junio de 1936 en la Plaza Roja
de Moscú. A la derecha está José Stalin.
Podría incluirse en un tercer tomo hipotético de ¡No para
siempre! a los primeros disidentes y críticos del fallido y brutal régimen soviético,
como el francés Andre Gide o el rumano Panaït Istrati, y escritores y poetas
rusos como Solyenitzin, Brodsky, Shalamov, Ajmátova o el filósofo polaco Leszek
Kołakowski. Una disidencia que retomaría en México un casi solitario Octavio
Paz y que continuarían liberales como Enrique Krauze y Christopher Domínguez —y
en la región latinoamericana Vargas Llosa, Jorge Edwards, Cabrera Infante y
tantos más. ¿Dónde ubicar, por cierto, la insoslayable y grave obra de Cioran?
Se trata, como vemos, de una gran confrontación de las ideas
en estos tiempos en que se juega la misma viabilidad del proyecto liberal y
democrático de Occidente, enfrascada en sus propios conflictos y
amenazada/atenazada por el terrorismo islámico, el problema de la migración, la
enorme desigualdad, la catástrofe ambiental, la desconfianza en la ciencia y
hasta la llamada corrección política, de la que se ha abusado hasta el ridículo
en prestigiadas universidades.
A la luz de los recientes acontecimientos en el mundo la
crítica del llamado pensamiento crítico es urgente y necesaria. No es posible
acomodar en la misma caja a Steiner y a Laclau. El pensamiento crítico del
nuevo milenio debe responder a su tiempo, ya no puede transigir con veleidades
ideológicas ni permitirse regresiones políticas.
Podemos pensar en más pensadores críticos, como Benda,
Orwell, Camus, por ejemplo, políticamente incorrectos muchos de ellos, como los
españoles Jorge Semprún, Luis Racionero, Antonio Escohotado, Eugenio Trías,
Arcadi Espada o Fernando Savater —hay que celebrar, desde luego, la inclusión
de María Zambrano. Los franceses Jean François Revel, Marc Fumaroli,
Bernard–Henri Lévy, Elisabeth Roudinesco o el especialista en desigualdad,
Thomas Piketty. Los británicos Richard Dawkins y Christopher Hitchens. Los
canadienses Erving Goffman, Michel Ignatieff y Steven Pinker. Los
estadounidenses Manuel de Landa —de origen mexicano—, Jared Diamond, Camille
Paglia, Mark Dery (habría sido imperdonable la ausencia de George Steiner). El
israelí Yuval Noah Harari. Los argentinos Juan José Sebreli, Gustavo Perednik.
Los mexicanos Roger Bartra —indispensable desde La jaula de la melancolía—,
Juan Pedro Viqueira —a propósito del neozapatismo—, Jorge Ayala Blanco
—exuberante historiador y crítico de cine—, Katya Mandoki —insoslayables los
estudios sobre estética de esta notable académica de la UAM–X—, por mencionar a
unos cuantos connacionales. La politóloga guatemalteca Gloria Álvarez…
La
política somalí–holandesa Ayaan Hirsi Ali, la feminista argelina Marieme
Hélie–Lucas o la escritora etíope Maaza Mengiste. Escribo esta lista al vuelo,
aunque podría llegar a ser amplia como la de los dos tomos en cuestión; el
punto es que se trata de aportaciones muy valiosas que no pueden soslayarse ni
mucho menos desdeñarse para preferir decantarse casi exclusivamente por quienes
se alinean del “lado correcto” de la historia —la cual, ya sabemos, no siempre
atraca en buen puerto.
A la luz de los recientes acontecimientos en el mundo la
crítica del llamado pensamiento crítico es urgente y necesaria. No es posible
acomodar en la misma caja a Steiner y a Laclau.
El pensamiento crítico del
nuevo milenio debe responder a su tiempo, ya no puede transigir con veleidades
ideológicas ni permitirse regresiones políticas como las que propone, por ejemplo,
el sociólogo y sindicalista italiano Carlo Fomenti en un tono provocador:
“El
populismo es la forma de la lucha de clases hoy, aquí y ahora” (en La variante
populista. Lucha de clases en el neoliberalismo, 2017). Marx, seguramente, no
lo hubiera permitido nunca. Es necesario el debate lúcido y honesto entre
pensadores de distintos signos y avanzar más allá de posiciones que la misma
realidad se encarga de cuestionar sin miramientos. ®Replicante