Nos remontamos a la época prehispánica y es dónde tiene el
origen la ceremonia de los voladores, aunque fue relacionada al culto religioso
en la era posclásica mesoamericana.
Existe una leyenda que describe el posible motivo de la
ceremonia en la que cuenta, que hace muchos años, una fuerte sequía en la zona
de la señoría de Totonacapan, actualmente comprendido entre los los estados de
Veracruz y Puebla, causó estragos en la región y perecieron muchos de sus habitantes.
Tras aquel desastre, un grupo de ancianos sabios encomendó a
unos cuantos jóvenes buscar un árbol recio y recto del monte para utilizarlo en
un ritual acompañado de música y danza con el fin de solicitar a los dioses su
benevolencia para que les ayudara a devolver la fertilidad en la tierra,
trayendo lluvias generosas. El culto habría de realizarse en la parte superior
del árbol, pues cuanto más altos estuvieran, sus protectores antes escucharían
sus plegarias.
Tras el buen resultado de esa celebración, decidieron rendir
tributo cada inicio de la primavera y esperar una buena fertilidad para ese
año. Actualmente las fechas han variado según la región.
El ritual comenzaba hasta hace poco con la elección del palo
volador por parte del caporal, que es la máxima autoridad del grupo compuesto
por cinco hombres. Este se internaba en el monte y cuando encontraba un buen
árbol, danzaba en torno a él y lo reverenciaba con un son llamado del perdón,
inclinando su cuerpo y señalando los cuatro puntos cardinales con bocanadas de
aguardiente.
Se cortaba el árbol limpiando previamente la zona, para
evitar dañar la estructura; se quitaban las ramas y se desbrozaba hasta dejarlo
pelado, llevándolo después hasta la población ayudado por otros troncos. Se
tejía a su alrededor una escalera de liana o soga que permitiera llegar a la
punta.
El palo volador se compone de: mástil, el cual se encuentra
incrustado en el suelo y en el extremo superior soporta un aparato giratorio y
principal punto de apoyo y equilibrio de los danzantes llamado «tecomate»;
cuadro o bastidor, donde se apoyarán los voladores que se lanzarán al vacío,
sujetos únicamente por los cables amarrados a ellos por un lazo y enrollados a
los trinquetes del mástil al otro extremo.
Cuando todos están arriba, el caporal que es el último que
sube, pide perdón a los cuatro puntos cardinales, pide perdón al sol, norte,
poniente y sur, descansa, lo repite varias veces, pidiendo también perdón a
Dios.
Para la ceremonia, el volador se cubre la cabeza con un
pañuelo amplio sobre el que se coloca un gorro cónico, en cuya cima se localiza
un pequeño penacho multicolor en forma de abanico que simula el copete de un
ave, además de simbolizar los rayos solares. Unos largos listones de colores se
deslizaban por la espalda del danzante, simulando el arcoiris. Toda la
indumentaria del cuerpo es muy vistosa, evocando al sol, a la primavera, a las
plantas, a las aves, a la lluvia y a la tierra.
La música se encuentra a cargo del caporal, quien la ejecuta
con flautín y un pequeño tambor que irá sujeto a la muñeca del caporal con una
cuerda a modo de pulsera, con estos dos instrumentos tocará todas las melodías
de la danza. La danza del Volador es conocida en Papantla como «Vuelo de los
muertos».
Si alguien conoce bien todo esto es Don Juan Simbrón, ligado
y comprometido con el desarrollo de los pueblos indígenas de México y
representante del pueblo Totonaca. Servir a sus hermanos le permitió adentrarse
en el mundo mágico de la zona arqueológica del Tajín. Él sabía que la profecía
de los Abuelos Totonacas de reencontrarse con «la piedra que humea». Donde
viven las energías cósmicas, alimentaria su espíritu, pronto definiría la
misión conferida por su creador de ser guía cultural, moral y espiritual de los
Totonacas.
Su máxima preocupación,
pese a su longevidad, es la de conseguir llevar la danza de los voladores a
todos y cada uno de los rincones de la tierra tratando de unir a la humanidad
como él lo hizo con su pueblo.
Damos las gracias desde la revista Natural, a Don Juan
Simbrón por su dedicación al respeto y preservación por la madre naturaleza y
por su compromiso con todos los seres humanos para su desarrollo y evolución.
El 30 de septiembre de 2009 la ceremonia ritual de los Voladores fue declarada Patrimonio Cultural intangible de la Humanidad, un bien cultural que reafirma la identidad y la conciencia de continuidad de sus poblaciones, expresa una visión del mundo presente y pasado; y el respeto con la naturaleza.