El empoderamiento no siempre fue sinónimo de paquetes de empresario emergente.
Con solo 100 dólares
puedes empoderar a una mujer en India. Esta módica cantidad, según el sitio web
de la organización India Partners, le proporcionará a una mujer una máquina de
coser de su propiedad, lo cual le permitirá dar el primer paso en su camino al
empoderamiento.
O puedes enviarle un
pollo. La cría de aves, según Melinda Gates, empodera a las mujeres en países
en vías de desarrollo al permitirles “manifestar su dignidad y tomar el
control”.
Por RAFIA ZAKARIA
Si los pollos no son tu
herramienta preferida de empoderamiento, Heifer International sí lo será, pues
por 390 dólares le entregará una canasta empresarial a una mujer en África. La
canasta incluye conejos, peces jóvenes y gusanos de seda.
La hipótesis que subyace
tras estas donaciones es la misma: el empoderamiento femenino es un tema de
índole económica que puede separarse de la política. Así pues, es posible que
un benévolo donador de Occidente que ofrezca máquinas de coser o pollos
resuelva el problema y libere, así, a las mujeres de India (o de Kenia, Mozambique
o de cualquier lugar del Sur Global) de una vida de aspiraciones sin poder.
Un desayuno abundante puede combatir la obesidad
El empoderamiento no
siempre fue sinónimo de paquetes de empresario emergente. Tal como Nimmi Gowrinathan,
Kate Cronin-Furman y yo escribimos en un artículo reciente, las feministas del
Sur Global comenzaron a incluir el término en el repertorio léxico del
desarrollo a mediados de la década de los ochenta.
Aquellas mujeres
comprendían el “empoderamiento” como la tarea de “transformar la subordinación
de género” y eliminar “otras estructuras opresoras”, así como la “movilización
política” colectiva.
Lograron parte de sus objetivos cuando la
Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, realizada en 1995, adoptó “una
agenda para el empoderamiento de la mujer”.
No obstante, a veintidós años de esa conferencia, el “empoderamiento” se ha convertido en una palabra de moda entre los profesionales del desarrollo en Occidente pero se eliminó su aspecto más relevante: el de la “movilización política”.
En su lugar queda una definición limitada y contrita expresada a través de la programación técnica que busca mejorar la educación o la salud, sin hacerle mucho caso a los problemas de equidad de género más profundos. Este “empoderamiento” despolitizado es positivo para todos, menos para las mujeres a las que supuestamente debe ayudar.
Al entregar pollos o
máquinas de coser, las feministas de Occidente y las organizaciones para el
desarrollo pueden identificar a las mujeres no occidentales que han
“empoderado”. Pueden exponer a las depositarias de sus esfuerzos en
conferencias y presentarlas en sitios de internet. Los profesionales del
desarrollo pueden apuntar a las sesiones de capacitación, los talleres y las
hojas de cálculo llenas de “productos finales” a modo de evidencia de otro
proyecto exitoso de empoderamiento.
En este sistema no caben
las complejidades de las depositarias. Las mujeres no occidentales son
reducidas a sujetos mudos y pasivos a la espera de su rescate.
Veamos, por ejemplo, los
proyectos de avicultura de la Fundación Gates. Bill Gates insiste en que, dado
que los pollos son animales pequeños que pueden criarse cerca de casa, son muy
apropiados para “empoderar” a la mujer. Pero los investigadores no tienen datos
de que la entrega de pollos genere ganancias económicas a largo plazo, y mucho
menos de que propicie la emancipación o la equidad para la mitad de la
población.
Para mantener el flujo del
dinero, la industria del desarrollo ha aprendido a crear medidas que indican
mejoras y éxitos. Las estadísticas de USAID en Afganistán, por ejemplo, se
concentran en la cantidad de niñas “inscritas” en escuelas, aunque su
asistencia sea escasa o no siempre se gradúen. Los grupos que promueven la
avicultura miden el impacto de los pollos a corto plazo y el aumento
transitorio del ingreso familiar, en lugar de tener en cuenta los cambios
sustanciales en la vida de las mujeres a largo plazo.
En esos casos, hay una
tendencia a evadir la realidad de que, sin un cambio político, es imposible
eliminar las estructuras que discriminan a la mujer y de que cualquier avance
que se logre será insostenible. Los números nunca mienten, pero sí omiten.
En ocasiones, las
organizaciones para el desarrollo vuelven invisible a la mujer con el fin de
cumplir con sus discursos. Un trabajador que se encontraba con un grupo que
lucha contra del tráfico de personas en Camboya le contó a una de mis
colaboradoras sobre el video que una organización occidental realizó para
recaudar fondos. Cuando se preparó a una mujer para el video, la rechazaron
porque su imagen no correspondía con la de la sobreviviente desamparada que
esperaban ver los donadores.
Cuando las mujeres no
occidentales ya tienen identidades políticas sólidas, a veces se busca eliminar
esa identidad, aunque eso signifique devolverlas a los roles de los que el
empoderamiento debía rescatarlas.
En Sri Lanka, una
exmilitar del grupo Tigres de Liberación de la Patria Tamil le comentó a una
colega mía que a muchas excombatientes les habían ofrecido clases de
repostería, estilismo y costura. Una funcionaria del gobierno confesó que, a
pesar de los años de programas de capacitación, ella jamás había visto que ninguna
de esas mujeres viviera de ejercer esos oficios.
Es tiempo de cambiar el
discurso del “empoderamiento”. Los programas de las organizaciones para el
desarrollo deben evaluarse con base en su capacidad de permitir a las mujeres
aumentar su potencial para la movilización política, de modo que puedan generar
una equidad de género sostenible.
En el escenario global, un
retorno a este modelo original de empoderamiento requiere que se deje de
reducir a la mujer no occidental a su condición de víctima: la sobreviviente de
una violación, la viuda de guerra, la niña novia. Debemos acabar con la idea de
que las metas y las agendas del desarrollo deben ser apolíticas.
El concepto de
empoderamiento de la mujer necesita un rescate inmediato y urgente de las garras
de quienes buscan ser los salvadores de la industria para el desarrollo. En el
núcleo del empoderamiento de la mujer yace la exigencia de una hermandad global
sólida, en la que ninguna mujer sea relegada a la pasividad y al silencio, ni a
que sus opciones se limiten a tener una máquina de coser o un pollo.
Rafia Zakaria es
columnista de Dawn y autora de “The Upstairs Wife: An Intimate History of
Pakistan”.
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