La novela de Heinrich von Kleist cobra vigencia dos siglos después de su publicación. Una obra cuya reinterpretación apunta a que la impunidad de los poderosos suele generar violencia
Por
Fue su sentido de la justicia, como se dice en la novela de Heinrich von Kleist (Alemania, 1777-1811), el que convirtió a Michael Kohlhaas en rebelde y homicida. Da igual, en el fondo, que esta novela publicada en 1810 esté basada en hechos reales. Como en todas las historias que presumen de ello, no son aquellos hechos lo que importa, sino su reinterpretación. Y esa reinterpretación sigue siendo tan válida hoy como cuando se publicó el libro por primera vez: la impunidad de los poderosos sólo puede generar violencia.
La trama es fácil de resumir: Michael Kohlhaas es un comerciante de caballos que vive en el siglo XVI en Brandemburgo. Un día, al atravesar los territorios de un noble, éste le despoja de dos de ellos en prenda por un documento de paso que Kohlhaas no tiene —y que en realidad no existe—. A la vuelta se los devolverá. Pero a la vuelta los dos caballos han sido maltratados y al siervo que se quedó cuidándolos lo han expulsado después de darle una paliza.
Kohlhaas inicia un proceso que se topa con las influencias y las relaciones del noble. Todos sus intentos fracasan, por lo que decide vender sus tierras: no quiere habitar un país en el que se pisotean sus derechos. La muerte de su mujer durante el viaje que la lleva a su nueva residencia —él se ha quedado atrás arreglando sus asuntos— decide al comerciante de caballos a tomarse la justicia por su mano. Quema el castillo del noble, al que no encuentran, y mata a sus habitantes. A partir de ahí, una cabalgada feroz en persecución del noble, a la que se van sumando desposeídos y descontentos. La pobreza de la región es la mejor aliada de Kohlhaas, y los saqueos, incendios y asesinatos a los que se entregan dicen mucho del estado de ánimo de su tropa. Kohlhaas realizará un nuevo intento de obtener justicia, con éxito esta vez, pero acompañada de la condena a muerte por sus actos. Kohlhaas, amante de la justicia hasta el final, acepta las dos sentencias.
No sé cuáles eran los motivos de Kafka para afirmar que ésta era, salvo por el final apresurado, una novela perfecta. Pero es cierto que aún hoy es difícil leer sin sentir rabia, sin un nudo en la garganta, sin la sensación de impotencia furiosa, como si ése Michael Kohlhaas que nos cuentan hubiese existido. Más bien, porque tantos Michael Kohlhaas han existido, y los poderosos criminales e impunes también. Y ahí siguen.
Parece lógico que se haya reeditado esta novela en España, justamente ahora, aunque los hechos narrados se remonten a la Edad Media. Vivimos en un país donde la corrupción parece abarcarlo todo y en el que el sistema judicial da la impresión de estar al servicio de políticos y empresarios. Las familias de siempre usan sus lazos para ayudarse y encubrirse en sus delitos. La sensación de impotencia es cada vez más intensa en la sociedad. Y quienes se echan a la calle a reclamar sus derechos se enfrentan con una brutalidad creciente, también impune, de las acciones policiales. Como en Michael Kohlhaas, los señores azuzan a sus empleados contra los ciudadanos indefensos.
Quizá, sin embargo, lo más interesante de la novela no sea su forma de plasmar las injusticias, sino cómo éstas generan una respuesta violenta que escapa al control de todos. La impotencia es la mecha que lleva a una explosión que parecerá más tarde desproporcionada pero que, si miramos de cerca la situación de sus protagonistas, es perfectamente comprensible.
- Michael Kohlhaas. Heinrich von Kleist. Traducción de Javier Orduña. Nórdica Libros.