GOROSTIZA: MUERTE SIN FIN

(o el morir en vida que no se acaba)




En un poema que se antoja como para estos días, el poeta peruano César Vallejo escribía: 

Me moriré en París con aguacero/ un día del cual tengo ya el recuerdo./ Me moriré en París -y no me corro- / tal vez un jueves, como es hoy de otoño. (Piedra blanca sobre una piedra negra).

Vallejo murió en una primavera de 1938, en París, sin otoños ni aguaceros. Pero lo notorio aquí, es ese verso que dice: un día del cual tengo ya el recuerdo.

Acaso el poeta en general, sea uno de esos pocos seres capaces de hablar –como refería Breton—“desde aquel otro lado”; es decir de "recordar" a priori y de forma paradójica, lo que aún no sucede.

Tal vez, nadie como José Gorostiza (Villahermosa, Tabasco, 1901-Ciudad de México, 1973), para hablarnos de una muerte, no sólo que aún no llega, sino que, según el poeta, no tiene fin. 

A partir de la imagen contenida en un vaso de agua, en un poema de largo aliento (795 líneas dispuestas en 39 páginas) titulado “Muerte sin fin”. Gorostiza se halla ante la imagen de Dios, del hombre, el universo, la sustancia y, claro, la poesía, que todo lo desborda, incluso la muerte misma. Desde esos elementos, el poeta se desenvuelve y habla.

Por tratarse de un tema que para el mexicano puede ser tan común como prohibido, el poema se presenta como la misma muerte: intrincado, saturado de imágenes polisémicas, de lectura (obvio) compleja, pero a la vez de una belleza arrasadora para quien se deja llevar no por a ver qué quiere decir el poema, sino qué es lo que el poema dicta a los sentidos y al espíritu alucinado. Así, a la mera entrada, Gorostiza sublima al lector con su escritura:

Lleno de mí, sitiado en mi epidermis /por un dios inasible que me ahoga, / mentido acaso por su radiante atmósfera de luces / que oculta mi conciencia derramada, / mis alas rotas en esquirlas de aire, / mi torpe andar a tientas por el lodo; / lleno de mí —ahíto— me descubro / en la imagen atónita del agua

Muerte sin Fin lleva como epígrafe tres versos del Eclesiastés bíblico, todos pertenecientes al capítulo 8, y que hablan acerca de la excelencia y la eternidad de la sabiduría: inteligencia, fortaleza, consejo, creación, alegría; pero también rechazo a esas excelencias y por ende la muerte (vs14, 30 y 36). Así, el lector deberá entrar al poema junto con la pregunta ¿Quién o qué es lo que muere siempre? ¿Qué o quién es esa muerte sin fin?

Católico por herencia, Gorostiza no deja de preguntarse a lo largo del poema si no es que se trata de esa muerte del Dios cristiano en el que él ha creído y ahora sólo puede citarlo como: “… esta oquedad que nos estrecha / en islas de monólogos sin eco, / aunque se llama Dios, no sea sino un vaso / que nos amolda el alma perdidiza. 

Y luego, citar también la muerte obvia de ése que quiere matar a ese su "dios estéril, /sin alzar entre ambos /la sorda pesadumbre de la carne.

En Muerte sin fin, a diferencia de Vallejo, quien ya tiene anotado el recuerdo de su muerte, la reflexión no viaja al extremo: se fija aquí y ahora. Se trata de esa muerte de Dios exaltada por Nietzsche,y luego propalada por el existencialismo. Lo que el poema de Gorostiza revela es la auto-expulsión interminable del hombre hacia la nada y el vacío. Ya Camus, bajo este contexto de existencia sin contenido continúa, había preguntado si la vida vale la pena de ser vivida. Si no lo era ¡por qué entonces la gente no se suicidaba!. 

Camus encontraba, ciertamente, la vida absurda y oponía a esta vida sin sentido, la rebeldía. Al trabajo, también absurdo y sin fin, de Sísifo, le opone Camus el recurso de la lucidez y la conciencia. ¿Le funcionaba?

Muerte sin fin es un poema magistral, sublime, saturado de palabras equidistantes, cuya trama hecha –otra vez—de palabra—proveen al individuo de ese recurso para volverse, paradójicamente-- al Dios que da sentido a la vida y lo convierte en un ser humano con sentido. 

Muerte sin fin revela una cara que puede leerse como ésa que en el hombre que ha matado a Dios, se le presenta como constante y dice: “El sueño es cruel, ay, punza, /roe, quema, sangra, duele. /Tanto ignora infusiones como ungüentos. /En los sordos martillos que la afligen, la forma da en el gozo de la llaga /y el oscuro deleite del colapso”; la otra, se halla al mismísimo inicio del poema; es lo que sirve como epígrafe a Gorostiza, y que se lee como el anhelo y búsqueda del poeta a través de la poesía y de la palabra:


"Con él estaba yo ordenándolo todo; y fui su delicia todos los días, teniendo solaz delante de él en todo tiempo". Proverbios, 8, 30



PapelRevolución