“¿En qué país estamos, Agripina?”
EN LUVINA, PUEBLO FANTASMAGÓRICO DE LA PROSA RULFIANA, DONDE SÓLO SE ESCUCHA “EL RUIDO DEL SILENCIO”, PREGUNTA EL JOVEN PROFESOR A SU ESPOSA.
Muchos periodistas han recurrido a esa sencilla pregunta para titular sus comentarios -los más crudos- al tratar aquellos problemas que afectan a los mexicanos.
Era aquel quien preguntaba uno de los muchos profesores, como los actuales, egresados de las Escuelas Normales Rurales, de ¿Ayotzinapa?, ¿Tenería?, ¿Panotla?, ¿El Mexe? Iguales a los del mundo mágico de Juan Rulfo, a quienes se les continúa asignando la misión de atender escuelas establecidas en las comunidades rurales mexicanas.
En esta ocasión pregunto, no a “Agripina”, sino a quien ejerce el poder:
“¿En qué país estamos, señor presidente?”. Lo pregunto por lo que está pasando en el Llano Grande de San Gabriel, que ha dejado de ser propiedad ejidal por el despojo cometido con la complacencia de las autoridades agrarias y políticas de la federación y del estado de Jalisco; por las transnacionales Monsanto y Amway-Nutrilite, “productoras de alimentos”.
En un reportaje, Hermann Bellinghausen, -periodista que prescinde de la pregunta al denunciar daños irreversibles, causados a la tierra, y a la salud de los jóvenes empleados en los invernaderos-, muestra aquello que se han causado en nombre del “Tratado de Libre Comercio” (TLC). El domingo pasado, Bellinghausen publicó su trabajo en el periódico La Jornada.
En mi gusto por la obra rulfiana, la cabeza de esa reseña periodística me interesó profundamente:
Devoran trasnacionales la tierra de Juan Rulfo.
En el cintillo superior, leí: “El Llano en Llamas ya no es el mismo”. ¡Cuánta creatividad del jefe de redacción revela el cabezal del reportaje! Es atractivo. Despierta interés. Invita a recordar el cuento titulado “Nos han dado la tierra”, incluido en el compendio de El llano en llamas, escrito por Rulfo.
El texto referido causa coraje, indignación. Si en el pasado la corrupción evitó la consumación de la entrega legal y definitiva de la tierra a los ejidatarios, hoy el gobierno, al favorecer a los inversionistas extranjeros con la entrega irregular de 280 hectáreas del ejido de San Isidro, reincide en el mismo vicio.
El ejido de San Isidro -como todos los del país- fue víctima de la traición. A sólo seis años de que el presidente Lázaro Cárdenas, con la Reforma Agraria, entregara la tierra a los campesinos, se dieron las contrarreformas. El presidente “creyente y caballero” extendió el primer “certificado de inafectabilidad”. Luego, años después, el primer presidente “civilista” introdujo en la legislación el amparo en materia agraria.
En nuestros días, sepultada la Reforma Agraria y vivo el amparo, los gobiernos neoliberales -sin sentimiento de solidaridad con los hombres del campo- impulsan la agroindustria, para suplir la producción agrícola. Ejemplo de este modelo es el que opera en San Isidro.
“Producen alimentos deshidratados -escribe el reportero-, destinados a las tropas estadounidenses acantonadas en Irak y Afganistán. No salen productos agrícolas, sino recipientes llenos de polvo seco, pero alimenticio”, agrega. Hace unos días, el secretario de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural, José Eduardo Calzada Rovirosa, anunció que México exporta alimentos.
Millones de dólares se obtienen como utilidad. Otra mentira más, como aquella de la exportación de automotores. Los alimentos a que se refiere no los producen los campesinos mexicanos. Lo hacen las productoras extranjeras.
Esa es la tragedia que viven los descendientes de “Melitón”, “Faustino” y “Esteban” en las páginas de El llano en llamas; luchadores agrarios que, por una maniobra del “Delegado”, reciben para toda la comunidad de San Gabriel aquel “Llano Grande”, en vez de las tierras (fértiles) que estaban junto al río.
Ahora el aire, la tierra y el agua del llano están contaminados. Los desechos industriales los han envenado. Así, quedan sólo las tierras en otros lugares de nuestra geografía, en donde opera la agroindustria alimentaria y otras de alta tecnología.
“En éstas, como en las reformas estructurales, radica el porvenir de México”. Hay que defenderlas, dijo hace unos días, al “neopriísmo”, el presidente Enrique Peña Nieto. En mancuerna, gobierno y partido se proponen seguir dañando a los mexicanos. De ahí su vehemente defensa del TLC.
Esta es una llamada de atención al reportaje de Bellinghausen. Y es también un grito en el desierto. Ninguno de los tecnócratas neopriístas lo habrá leído, como nadie entre ellos escuchará su clamor.
La CNC -“poderosísimo sector” del PRI- se muestra indiferente ante el problema relatado. Su dirigente, senador Cota, sólo desea gobernar su estado natal: Nayarit. Ni el sector garante del voto verde ni el mismo PRI, defienden a los campesinos que, como en los relatos de Rulfo, siguen haciendo agujeros con el azadón a la tierra del llano, para sembrar su semilla de maíz.
Ese es el drama que actualmente se vive en el Llano Grande, aquel que una noche de los años veinte del siglo anterior se iluminara, cuando los hombres de San Gabriel levantaron el cadáver de Cheno Pérez Rulfo, padre de un niño llamado Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, quien más tarde, convertido en escritor, se inspiraría en aquel lamentable hecho para titular como El llano en llamas a su primer libro.
Por: Atanasio Serrano López.