MILITANTE DE LA PALABRA


HOMENAJE A MARIO BENEDETTI, MILITANTE DE LA PALABRA


La Editorial Norte/Sur invita a todos aquellos que han vivido y bebido de la palabra hecha mensaje, ha celebrar con poemas el fuego que nos deja

la obra de un poeta comprometido con el ser humano de su tiempo:

Mario Benedetti (1920-2009)

jueves 21 de mayo

Casa de Cultura de Metepec

participarán el poeta uruguayo Saúl Ibargoyen

el poeta argentino Pedro Salvador Ale



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Un marinero alemán que recita poemas a una puta

Luis Alvarenga (*)

SAN SALVADOR - En la cinta El lado oscuro del corazón, hay una escena que se desarrolla en el cabaret “Sefiní”, que frecuenta Oliverio, el protagonista. En el local pasan un espectáculo de burlesque, en el que un travestí y dos mujeres con ligueros y los senos al aire personifican a las tres carabelas de Cristóbal Colón, todo ello al ritmo de zarzuela. Se oye una voz ronca, pero dulce, que dice cosas en un idioma que no es español. Es un marinero alemán, que está recitándole un poema a una puta que lo oye, indiferente. El marinero es Mario Benedetti. El poema es suyo y se llama “Corazón coraza”.

Nuestra deuda con el poeta uruguayo, la deuda de quienes éramos adolescentes hacia finales de los ochenta, poetas o no, es bastante grande, aunque hace mucho hayamos disentido con sus posturas estéticas. No disentimos jamás con su humanidad.

Su poesía, como en la escena del cabaret montevideano, encarna esa quieta desesperación por comunicar amor aún a quienes no entienden de qué va el asunto. ¿A quién no acompañaron sus versos, recitados de memoria o citados, sin memoria de quién los escribió, en afiches que retratan a una pareja tomándose de la mano? ¿Cuántos amores, de años o de una noche sola, tienen por cómplice a Benedetti? Eso era precisamente lo que pensábamos el otro día, con Carlos Molina, cuando aquí y en Montevideo venía la misma lluvia a despedir a don Mario.


Esto me lo contaron. No soy fiel de todo a la historia, pues fue hace mucho que la oí. Nuestro personaje, en sus últimos años de adolescencia, que se prolongaron siglos, tuvo por compañía de los poemas o de las novelas de Benedetti, en especial, de Gracias por el fuego. Un año de exilio y esa novela, y un libro de Breton llamado El revólver canoso, para el cual no encontró ocasión propicia para leer eran sus confidentes. Gracias por el fuego alumbraba las tardes lluviosas esperando la salida al muelle de los pescadores (de nuevo, esas nubes cargadas de agua) de un joven que no hacía nada en particular, que tomaba el metro de una punta de la ciudad a la otra si tenía tiempo. Lo sostenía, como una droga sostiene a un alucinado, su obsesión por ser poeta, entre vagos planes de volver a El Salvador, a encontrarse con sus amigos de adolescencia y a su amiga. No sabía que sus amigos se jugaban la vida, o enloquecían, o se marchaban del país, o se retiraban a sus cuarteles de invierno. Leer, alguna vez, algo de Benedetti, era entrar en comunión, era pedir volver a cualquier precio. Y era Gracias por el fuego el libro que le entregó a su amiga, antes de irse. La amiga no leería el libro, porque el libro y otras cosas más, fueron a parar a los cuarteles de la Policía Nacional, con todo y amiga y mucha gente más, víctimas de una delación.


El marinero alemán ha terminado de decir, de memoria, el poema que, al igual que muchos, aprendió de Mario Benedetti. Desaparece, sin más. Por un momento, fugaz como el agua que se fuga por las alcantarillas del “Sefiní”, ha sido Mario Benedetti, ha sido la ternura que el poeta siempre supo encontrar en todos lados, así en las cámaras de tortura como en las separaciones y los exilios. Por un momento fugaz derrotamos esta farsa, en lo que dura la evocación de uno de sus poemas.



(*) Escritor y columnista